Silvia
Hacía un sol de justicia, estábamos a mediados de julio, en mitad de la autovía que conecta Andalucía con Madrid, a la altura del complejo La Frontera. Hasta donde me alcanzaba la vista, solo se veían olivos; como dicen por aquí, Jaén, el mar de olivos. Desde que llegué de la academia de Baeza, siempre me encasquetaban lo que nadie quería hacer, Felipe era el único compañero que se había portado bien conmigo, era ya un veterano, de complexión fuerte, con un poco de barriga; sus mejores años ya habían pasado, ya llevaba tiempo en el cuartel de Jaén, desde que lo destinaron desde un pueblo de Granada. Llevábamos media mañana con el control montado, hoy había poco movimiento de coches, desde que llegué al cuartel solo he hecho papeleo y controles al sol o altas horas de la noche, parecía que al comandante Francisco no le hacía mucha gracia tener una mujer en el cuartel a sus órdenes; los compañeros hablaban de mí y ni se cortaban un pelo cuando estaba delante, menos mal que tenía a Felipe, que me daba ánimos para seguir. Desde muy pequeña tuve claro que quería ser Guardia Civil para ayudar a hacer un mundo mejor, pero estaba bastante frustrada desde mi llegada.
—Está la mañana muy tranquila, Silvia. Con este calor nos va a dar algo —dijo Felipe secándose el sudor de la frente con el brazo.
——Eso mismo, Felipe, nos vamos a derretir con este calor. ¿Por qué el comandante y los compañeros me odian tanto? —dije mirándole a los ojos.
——No te odian, lo que pasa es que no están acostumbrados a tener una mujer de compañera, dales un poco de tiempo
——No me queda de otra, cuando llegué esperaba una mejor aceptación, estamos en el siglo XXI —le repliqué pensando en lo difícil que se me hacía la vida en el cuartel.
——Tú tranquila, verás como al final te aceptan.
La verdad es que era muy frustrante mi día a día en el cuartel, yo me esforzaba por encajar en un mundo lleno de testosterona, pero bueno, por lo menos tenía a Felipe; no llevaba mucho tiempo en Jaén, todavía no conocía a nadie a parte de él. Desde que me fui de casa de mis padres en Córdoba había pasado ya mucho tiempo, estuve unos meses en Baeza, donde sí hice amigos, pero, al licenciarnos, cada uno fuimos para un sitio; me sentía un poco sola en Jaén, llevaba ya un mes en el cuartel, entre papeleos y controles que nadie quería.
—Al loro Silvia, viene uno —me dijo girándose para dar el alto.
—Vamos.
A lo lejos venía un Reanult Megane rojo y le echamos el alto, llevaba la música que iba a reventar los cristales, creo que estaba escuchando Motorhead; yo soy de algo más tranquilo: pop, indie y algún canta—autor; por la música y las pintas del conductor, creo que se iba a llevar un premio.
—Buenos días —dijo Felipe haciéndole un escaneo.
—Buenos días, señor agente. —Al decir eso, el conductor se me quedó mirando.
—Deme los papeles del coche y su permiso de conducir.
Yo estaba un poco más atrás, la verdad es que el chico era bastante guapo, con el pelo largo, algunos piercings; tenía su punto, siempre me habían gustado los chicos de este tipo.
—Muy bien ¿a dónde se dirige? —dijo Felipe al ver que todo estaba en regla.
—A la comisaría de policía de Jaén, para ser nombrado inspector de homicidios —dijo mientras se le ponía una sonrisa en los labios.
Parecía interesante el chico, tendría que hacer algo para cruzarme con él en Jaén, quién sabe lo que podría pasar.
—Adelante, compañero, y perdone por las molestias — dijo Felipe con cara de circunstancias.
—No hay de qué, que tengan un buen día. —En ese momento, volvió a poner el volumen a tope y salió de allí.
—¿Qué te parece el inspector de policía que acaban de mandar?
—La verdad es que no está mal –dije pensando en lo guapo que era.
En ese momento, me puse colorada.
—¡Bueno! Parece que te ha gustado el nuevo inspector de la ciudad —dijo Felipe con una sonrisa.
—Me parece mono –dije muy cortada.
—Por lo menos ya sabes dónde buscarlo, jaja, es fácil que te cruces con él por Jaén —dijo guiñándome un ojo.
—La verdad es que sí.
Todavía nos quedaba un largo día de trabajo con este calor; de hecho, ya había entrado la noche cuando acabamos nuestro turno.
—Bueno, vamos para el cuartel, que ya va siendo hora.
Nos montamos en el coche y fuimos dirección a Jaén, me gustaba mucho vivir aquí, un sitio bastante tranquilo, rodeado de sierras y donde se respiraba un aire muy puro. Ya estábamos llegando, se veía la ciudad de Jaén; lo que más destacaba en la oscuridad de la noche era el estadio Oliva Arena, con sus colores, que iban cambiando, y el castillo de Santa Catalina coronando la ciudad. Es preciosa, para mí, es como un pueblo grande, una ciudad muy tranquila, donde tienes todo a mano sin mucho ajetreo. Me encanta pasear por la catedral, la zona de las tascas, los baños árabes y, cuando tengo un rato libre, subir al castillo de a disfrutar de las vistas.
Cuando llegamos al cuartel, fue muy extraño, faltaban un montón de coches patrulla, parecía que no había casi nadie .
—Algo raro ha pasado —dijo Felipe, mirándome con cara de sorpresa.
—Eso mismo pienso yo.
Entramos en el cuartel y preguntamos a Juan en recepción.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Felipe muy nervioso.
—Algo muy gordo, en la calle Arco del consuelo, la zona de las tascas; han ido el comandante y varios compañeros —dijo Juan casi sin mirarnos.
—Bueno, vamos a ver qué ha pasado —contestó Felipe mirándome.
—No creo que al comandante le haga mucha gracia, ha dejado dicho que ellos se bastaban, que se lo dijera a los demás compañeros según llegaran —nos advirtió.
—Perfecto. –Felipe tiró de mí para irnos.
Salimos a la calle y nos retiramos un poco de la entrada.
—Podemos ir a ver qué ha pasado, pero tenemos que gastar cuidado, que no nos vea el comandante, no tengo ganas de escucharlo —le dije a Felipe.
—Perfecto, nos cambiamos para no dar mucho el cante y nos vamos.
Entramos a cambiarnos, de todas formas, ya había acabado nuestro turno, iríamos a ver qué había pasado; por lo que nos comentó Juan, era algo gordo. Salí a la calle, me monté en el coche a esperar a Felipe, encendí el contacto y empezó a sonar 091, Fuego en mi oficina. Al momento, llegó Felipe.
—Vamos entonces —le dije en cuanto entró en mi coche.
—Vamos.
—Lo mejor es que aparques debajo de la catedral y subamos andando. —No tenía ganas de que me vieran el comandante o Iván.
—Perfecto.
Salimos del cuartel con dirección al parking, iba con los nervios de punta, por lo que decía Juan, era algo gordo, no sabíamos qué nos íbamos a encontrar. Llegamos y, después de dejar el coche, subimos las escaleras pasando por un lateral de la Plaza de Toros, callejeamos a toda prisa, pasando por la Basílica de San Idelfonso y, cuando ya íbamos llegando a la calle, se veían un montón de curiosos. Nos adentramos entre la muchedumbre intentando ver algo, gastando cuidado de que no nos viera ningún compañero; esta calle solía ser muy concurrida, era donde se concentraban las tascas. Poco a poco íbamos abriéndonos paso, y nos quedamos de piedra cuando contemplamos semejante cuadro: podíamos ver a varios compañeros junto a policías de la ciudad cortando el paso; detrás del cordón policial estaba el comandante, discutiendo con un chico que parecía el que habíamos parado esta mañana, detrás de ellos, lo que parecían cuatro cadáveres amontonados, un reguero de sangre que salía de ellos y que bajaba por el empedrado de la calle. Las bolsas estaban muy apiladas, como no podía ser de otra forma dada la estrechez de esa calle en la que apenas caben dos personas, era una de las calles peatonales mas concurridas de Jaén, ¿cómo se las habrían apañado para perpetrar lo que parecía un múltiple asesinato sin ser vistos? Esto pintaba muy mal. Felipe, horrorizado, me miró y me dijo:
—¿Qué habrá pasado? En todo el tiempo que llevo de servicio, no he visto nada igual. Voy a ver si puedo hablar con algún compañero, espera aquí —continuó con cara de terror.
—Vale, ten cuidado con el comandante.
Vi a Felipe alejarse, y seguí mirando al comandante, esto no tenía buena pinta. Seguía discutiendo con el chico de esta mañana, ya sí estaba segura de que era él; la verdad es que parecía un policía bastante peculiar, con el pelo largo y los piercings. Había ido a dar con el comandante, Guardia Civil de la vieja escuela, conservador y que no aceptaba nada que se saliera de sus normas; el chico este era todo lo contrario a lo que creía que debía ser un agente del orden, según su punto de vista.
Seguí intentando ver algo entre todo el barullo de gente, pero era imposible, solo se veía el principio de la calle con las bolsas de cadáveres; al momento, volvió Felipe.
—Vayámonos antes de que te vea algún compañero, ahora te cuento lo que he podido averiguar –me dijo a toda prisa.
Empezamos a desandar el camino que habíamos hecho, cuando llegamos a la Basílica de San Idelfonso y nos metimos en una de las callejuelas que salían de la plaza; ya más tranquilo, me contó.
—Parece que todo pinta bastante negro, Silvia, ha sido un cuádruple asesinato. Por lo que me ha dicho un compañero, de las víctimas solo se sabe que son cuatro delincuentes habituales de la ciudad, puede que haya sido un ajuste de cuentas o algo parecido, pero nadie ha visto nada; eso es lo más extraño, con la cantidad de gente que hay siempre por la zona… Lo mejor es que vayamos a casa a descansar y a ver qué dicen mañana en el cuartel.
—Vale, a ver si mañana nos enteramos de algo. —Todo apuntaba a que íbamos a tener lío.
Bajamos hasta el parking y conduje hasta el cuartel, el ambiente estaba enrarecido en el coche, nadie decía nada mientras sonaba Just like heaven de The Cure. Dejé a Felipe allí para que cogiera su coche y seguí camino a casa, cuando llegué estaba rendida, me tiré en la cama vestida y empecé a pensar en la locura de día. Paramos a aquel chico tan mono, luego la que se había liado en la calle de las tascas… Algo me decía que iba a pasar algo muy gordo en Jaén, yo no quería que me dejaran a un lado, tenía que hacer todo lo posible para que me dejaran estar en el caso; sé que lo tenía muy difícil, pero por lo menos Felipe me apoyaba. Estaba rendida, al día siguiente me tocaba estar bien temprano en el cuartel, así que me puse el pijama e intenté dormir.
Me desperté con la alarma del móvil cantando Un buen día de Los Planetas. Eso es lo que me esperaba, un buen día, uf, había dormido fatal, pero a ver cómo se daba el día; me levanté, fui al cuarto de baño a lavarme la cara un poco y a peinarme, me vestí y bajé al bar de debajo de mi piso.
—Buenos días, Manolo, ¿me pones un café solo bien cargado y media de picadillo?
—Ahora mismo, por cierto, ¿sabes algo de lo que pasó anoche? —me preguntó con cara de vieja del visillo.
—No mucho, tampoco te podría contar si lo supiera, ya sabes cómo va esto.
—Pues, por lo que he escuchado, las víctimas son cuatro perlas que estuvieron desde muy pequeños en el reformatorio, desde entonces no han parado de entrar y salir de la cárcel.
— Joder, pues ya sabes más que yo. —Con lo pequeña que es Jaén, las noticias volaban.
— Pero la cosa no queda ahí, por lo visto dicen que vieron al fantasma de un chico, que ellos mismo asesinaron cuando eran menores, merodear por allí —me dijo acercándose para que nadie le escuchara.
—Ya empezamos con las leyendas, el siguiente que va a ser alguien devorado por un lagarto —le respondí con guasa.
—Aunque no lo creas, muchas veces estas historias tienen algo de verdad.
Ya lo que me faltaba: fantasmas asesinos. Verás cuando se lo contase a Felipe, qué gracia le iba a hacer; apuré el café y me acabé la tostada, me había dado la vida el desayuno. Cogí el coche para ir al cuartel a ver cómo estaban los ánimos por allí; al arrancar, sonó Fangoria: no sé qué me das… Me encantaba la música, era lo que más me subía el ánimo en cualquier momento.
2 comments:
Muy interesante, ya me he quedado con la intriga. Sin duda lo leeré. Qué tengas mucho éxito.
Muchísimas gracias en cosa de un mes o dos , estara a la venta y haré gira de presentaciónes, estate atento a mi redes, muchas gracias
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